Hola, seas quien seas:
Cuando poco antes de embarcarse David (Bascones Amor) me comentó lo del aniversario del colegio fue como si una ola enorme barriera mi cabeza y despejase todo, excepto el poso de aquellos días. Una sensación agridulce, la verdad. Todo lo bueno que hago nació allí, en aquellos años protegido de lo que luego sería una dura realidad. Me subí a un escenario por primera vez en uan fiesta de fin de curso para hacer un play back de Michael Jackson, mis primeras palabras impresas fueron a "Alas de Papel" y quedé prendado de la Edad Media con la nariz metida en los estupendo libros de Vicens Vives, que aún conservo, bajo la añorada batuta de Mª Jesús... luego el camino dio vueltas y más vueltas, todas necesarias supongo, y ahora que está mejor asfaltado recuerdo de un modo más claro todo lo que allí fui y que aún soy.
Recuerdo las primeras sensaciones al entrar (en 1982) en preescolar, los bancos a modo de mesas y llevar cojines de casa, nuestro patio y el de los "mayores", las banderas, la vista desde las aulas ¡qué suerte estar en un colegio con vistas tan bonitas, lejos de edificios y coches! Recuerdo la ansiedad de antes de la hora de gimnasia y jugar al fútbol con una pelota de tenis porque las de verdad estaban prohibidas, recuerdo ganar un montón de canicas y perderlas al siguiente recreo (madre, eso suena a Pleistoceno) correr detrás de las niñas jugando a “policías y ladrones”, tocar el cielo preadolescente al ganar a fútbol y baloncesto en la fiesta de fin de curso, saborear el mosto y el “bollo preñao” y saber, ya entonces, que todo aquello sería inolvidable.
Recuerdo que entonces las estaciones se comportaban como tales y lo confortable que me sentía en las tardes de otoño, sentado junto al radiador, como en ese poema de Machado. Los libros que D. Pedro citaba y que aún hoy son de cabecera, la poesía y el sentido del honor (le di mi palabra de no copiar si me dejaba ir al baño en un examen de octavo, se fió de mí y no pude sacar la maldita chuleta)
Sigo viendo con el mismo asombro “Tiempos modernos” que el día que nos lo pusieron en el gimnasio, y con la misma intensidad me parece oír a Jesús Suero, golpeando la mesa y diciendo: “¡¡Mecachís en la mar con los nenos del demonio!!”, y a Luis, desesperarse con mi torpeza, hoy legendaria en mi expediente académico, con las matemáticas; bueno, desesperarse conmigo en general. Y el viaje a Toledo y Madrid, y la visita a Santillana del Mar, y el cebadero de buitres, y la fábrica de Plin la Herminia, y a todos y cada uno de mis compañeros, podría citarlos con nombres y apellidos por orden alfabético (que nervios cuando la rotación semanal de mesas me dejaba cerca de la niña que me gustaba), conservo como oro en paño la foto que nos hicieron en octavo, con Juan Barrio mirando hacia atrás, poco antes de salir rumbo a tantos sitios. Ahora que Irak sigue siendo un huerto de malas noticias, me viene a la cabeza la tarde de “huelga” que cuatro chiflados hicimos a la puerta del colegio, con papeles cuadriculados protestando por la guerra de que sembró la fruta de sangre que hoy saboreamos en cada telediario.
Claro que si me pongo puede que me salgan un puñado de malos recuerdos, pero la memoria es un edificio que uno va construyendo según sus gustos (o algo así dijo Gabriel García Márquez), así que cuando coincidimos en Gijón y quedo con quienes aún hoy, con treinta (impensables entonces) años, son mis mejores amigos a tomar unas cervezas, cribamos los recuerdos y siempre brotan los buenos, que son muchos más, y eso augura una noche de risas y cierta sana melancolía, cuando David sonríe y le dice a Pelayo: “Te acuerdas, tío, cuando…” ¡Como olvidarlo!
Cuando poco antes de embarcarse David (Bascones Amor) me comentó lo del aniversario del colegio fue como si una ola enorme barriera mi cabeza y despejase todo, excepto el poso de aquellos días. Una sensación agridulce, la verdad. Todo lo bueno que hago nació allí, en aquellos años protegido de lo que luego sería una dura realidad. Me subí a un escenario por primera vez en uan fiesta de fin de curso para hacer un play back de Michael Jackson, mis primeras palabras impresas fueron a "Alas de Papel" y quedé prendado de la Edad Media con la nariz metida en los estupendo libros de Vicens Vives, que aún conservo, bajo la añorada batuta de Mª Jesús... luego el camino dio vueltas y más vueltas, todas necesarias supongo, y ahora que está mejor asfaltado recuerdo de un modo más claro todo lo que allí fui y que aún soy.
Recuerdo las primeras sensaciones al entrar (en 1982) en preescolar, los bancos a modo de mesas y llevar cojines de casa, nuestro patio y el de los "mayores", las banderas, la vista desde las aulas ¡qué suerte estar en un colegio con vistas tan bonitas, lejos de edificios y coches! Recuerdo la ansiedad de antes de la hora de gimnasia y jugar al fútbol con una pelota de tenis porque las de verdad estaban prohibidas, recuerdo ganar un montón de canicas y perderlas al siguiente recreo (madre, eso suena a Pleistoceno) correr detrás de las niñas jugando a “policías y ladrones”, tocar el cielo preadolescente al ganar a fútbol y baloncesto en la fiesta de fin de curso, saborear el mosto y el “bollo preñao” y saber, ya entonces, que todo aquello sería inolvidable.
Recuerdo que entonces las estaciones se comportaban como tales y lo confortable que me sentía en las tardes de otoño, sentado junto al radiador, como en ese poema de Machado. Los libros que D. Pedro citaba y que aún hoy son de cabecera, la poesía y el sentido del honor (le di mi palabra de no copiar si me dejaba ir al baño en un examen de octavo, se fió de mí y no pude sacar la maldita chuleta)
Sigo viendo con el mismo asombro “Tiempos modernos” que el día que nos lo pusieron en el gimnasio, y con la misma intensidad me parece oír a Jesús Suero, golpeando la mesa y diciendo: “¡¡Mecachís en la mar con los nenos del demonio!!”, y a Luis, desesperarse con mi torpeza, hoy legendaria en mi expediente académico, con las matemáticas; bueno, desesperarse conmigo en general. Y el viaje a Toledo y Madrid, y la visita a Santillana del Mar, y el cebadero de buitres, y la fábrica de Plin la Herminia, y a todos y cada uno de mis compañeros, podría citarlos con nombres y apellidos por orden alfabético (que nervios cuando la rotación semanal de mesas me dejaba cerca de la niña que me gustaba), conservo como oro en paño la foto que nos hicieron en octavo, con Juan Barrio mirando hacia atrás, poco antes de salir rumbo a tantos sitios. Ahora que Irak sigue siendo un huerto de malas noticias, me viene a la cabeza la tarde de “huelga” que cuatro chiflados hicimos a la puerta del colegio, con papeles cuadriculados protestando por la guerra de que sembró la fruta de sangre que hoy saboreamos en cada telediario.
Claro que si me pongo puede que me salgan un puñado de malos recuerdos, pero la memoria es un edificio que uno va construyendo según sus gustos (o algo así dijo Gabriel García Márquez), así que cuando coincidimos en Gijón y quedo con quienes aún hoy, con treinta (impensables entonces) años, son mis mejores amigos a tomar unas cervezas, cribamos los recuerdos y siempre brotan los buenos, que son muchos más, y eso augura una noche de risas y cierta sana melancolía, cuando David sonríe y le dice a Pelayo: “Te acuerdas, tío, cuando…” ¡Como olvidarlo!
Jorge Alonso Menéndez
No hay comentarios.:
Publicar un comentario